Hasta ahora, el microcrédito, entendido como un pequeño préstamo que se concede a las personas pobres, ha sido alabado y criticado casi por igual.
Alabado cuando se le consideraba como la herramienta perfecta para luchar contra la pobreza y se concedía el premio Nobel de la Paz en el año 2006 por “sus esfuerzos para incentivar el desarrollo social y económico desde abajo», al profesor Muhammad Yunus, desarrollador del concepto de microcrédito.
Y muy criticado cuando se acusa al microcrédito de producir sobre-endeudamiento, de generar más pobreza y de enriquecer a los grandes inversores en busca de rentabilidades “financieras” a costa de los más necesitados.
Se producen grandes debates sobre el tema pero siempre se echan de menos unos datos fiables donde apoyar las argumentaciones.
Y parece imposible conseguir unos datos globales porque el sistema no es homogéneo.
Son numerosas las causas:
- Ante todo, no existe una definición universal de la herramienta. En todo lo publicado, el microcrédito puede referirse tanto a un pequeño préstamo para financiar una actividad productiva como a un crédito al consumo o incluso a un crédito «rápido».
- Los modelos de concesión son infinitos. Desde el sistema de grupos rotatorios muy presente en las pequeñas aldeas hasta préstamos otorgados con grandes entidades que cotizan en bolsa.
- El sistema puede dirigirse tanto a personas muy pobres que no aportan garantías reales como a otros sectores de la población que cuentan con algunos bienes.
- La posible existencia de regulaciones de las entidades microfinancieras (IMFs) incide sobre las tasas de interés aplicadas (limitando intereses de usura), la posibilidad de captar ahorros, la creación de burós de crédito o la obligación de presentar informes contables auditados.
- La dependencia de fondos externos (inversores privados, ayudas al desarrollo, ..) así como su procedencia afectan a las políticas de las IMFs y producen modelos diferentes priorizando la rentabilidad social en unos casos y la financiera en otros.
Si se limita el estudio a los créditos cuya finalidad es el desempeño de una actividad productiva y queremos saber si el crédito ayuda o no a las personas “pobres”, se encuentran otros tipos de dificultades.
El éxito de dichas actividades empresariales depende de múltiples factores y en particular:
- de la pericia del pequeño emprendedor: el microcrédito puede servir a unos y a otros no. No todas las personas en las mismas condiciones consiguen los mismos resultados.
- del entorno económico: en época de bonanza, resulta más fácil triunfar incluso sin recibir ningún crédito. En época de crisis, se producen más fracasos.
- de las condiciones del crédito: una mayor flexibilidad en los pagos puede ayudar al cliente a superar algunas circunstancias adversas.
En este caso, se puede asimilar el microcrédito a un crédito bancario tradicional: las pymes suelen acudir al crédito para consolidar o modernizar sus negocios o solventar periodos con falta de liquidez. Lo mismo ocurre para la «nanoempresa». La financiación es imprescindible en ambos casos incluso si se tiene en cuenta que los pobres, por el hecho de no poder presentar garantías, van a pagar unas tasas de interés mucho más altas y que debido a su situación precaria, van a tener serias dificultades para afrontar los pagos .
Teniendo en cuenta que los bancos tradicionales no atienden a los pobres, la presencia de IMFs es necesaria. Para funcionar con eficacia, un programa de microcréditos dependerá mucho de las políticas adoptadas por las entidades y por una regulación básica que ha de preservar los derechos de los clientes.
El microcrédito es una buena herramienta. No se debe considerar como «la solución» para reducir la pobreza sino como un instrumento impulsor del desarrollo de actividades productivas.
Las IMFs que ofrecen distintos productos tales como el microahorro, las transferencias o el microseguro, resultan muy atractivas para los clientes. Los distintos productos financieros aportan unos grandes beneficios para una gestión y una custodia del dinero eficiente y segura.
Las microfinancieras han de conjugar rentabilidad social y rentabilidad financiera, saber controlar los riesgos y también asesorar a los clientes y ofrecer productos adaptados a sus necesidades. Las IMFs han de ser unas empresas financieramente sostenibles pero nunca deben perder de vista su misión social.